La batalla que está librando Corea del contra el dio ayer un novedoso giro, luego de que la dictadura comunista anunciara que rompe a partir de mañana lunes el armisticio firmado con Corea del Sur como represalia por el duro paquete de sanciones económicas impuestas por el Consejo de Seguridad de la ONU. Estas medidas fueron adoptadas por unanimidad el jueves en Nueva York como castigo a los recientes ensayos nucleares de Pyongyang.
El Norte y el Sur continúan técnicamente en guerra. El documento que firmaron ambos países al fin del conflicto bélico de Corea, en 1953, fue precisamente ese armisticio.
El régimen del joven Kim Jong-un también anunció ayer que desde el lunes considerará “anulados” los pactos de 1991 entre ambos países, que cortará el “teléfono rojo”, la línea directa de emergencia que mantienen Seúl y Pyongyang, e incluso advirtió que convertirá a Washington “en un mar de fuego” mediante ataques nucleares.
Si bien Pyongyang se pasa la vida lanzando amenazas apocalípticas, ésta es la advertencia más seria de los últimos dos años y medio, cuando un intercambio de fuego de artillería en la frontera costó la vida de dos soldados surcoreanos e hirió de gravedad a una decena de civiles en la isla de Yeongpyeong.
La novedad ahora es que la dictadura se está quedando sin aliados (China le ha dado la espalda y votó el jueves a favor de las sanciones) y el entorno financiero internacional no acompaña para sostener su raquítica economía.
Los expertos coinciden en que Corea del Norte no dispone de la tecnología suficiente para atacar a EE.UU. ni para plantearse seriamente en una guerra, pero también expresan su incertidumbre ante el inexplorado escenario que se abre tras el paquete de sanciones. Susan Rice, embajadora de EE.UU. ante la ONU, definió la resolución como “ la más dura que ha impuesto” este organismo. El paquete impone limitaciones a los viajes internacionales de los diplomáticos norcoreanos, presiona para que se revisen los cargueros sospechosos de transportar mercancía proveniente o con destino a sus costas en puertos y aguas internacionales, limita aún más las transferencias bancarias y restringe totalmente el acceso a productos de lujo, una medida –esta última– destinada a acabar con el tren de vida de la elite del “país ermitaño”.
Además de por las sanciones, Norcorea protesta también por las maniobras militares conjuntas que han venido realizando EE.UU. y Corea del Sur frente a sus costas como medida de disuasión.
Pyongyang efectuará sus propias maniobras bélicas la próxima semana, e incluso Kim Jong-un visitó recientemente a sus tropas apostadas frente al Sur y las conminó a “estar preparadas para aniquilar al enemigo”.
“China llama a las partes involucradas a permanecer calmadas, actuar con contención y evitar nuevas acciones que puedan causar una escalada mayor”, indicó Hua Chunying, vocero de la cancillería china.
Beijing, que por primera vez votó en contra de su otrora “hermano menor”, calificó las sanciones de “equilibradas”.
Las amenazas de Kim Jong-un han puesto en alerta preventiva a Washington y Seúl, pero la credibilidad de Corea del Norte es en realidad muy limitada. La retórica belicista es algo habitual en la península coreana desde hace décadas, y frases grandilocuentes como “nuestros misiles intercontinentales están cargados con cabezas nucleares pequeñas, ligeras y diversas, y están preparados” o “Washington será un mar de fuego, destruyendo la fortaleza de los imperialistas americanos y el nido de maldad” pierden eficacia cuanto más las repite Pyongyang. De hecho, ningún experto en armamento nuclear cree que el ejército norcoreano tenga capacidad para lanzar misiles con cabezas nucleares fuera de sus fronteras.
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