De acuerdo con un estudio reciente efectuado a 22 voluntarios en el Departamento de Radiología y Ciencias de la Imagen de la Escuela de Medicina de la Universidad de Indiana, los videojuegos violentos sí tienen un impacto inmediato en la materia gris de los usuarios y éste no es positivo.
La mecánica fue la de hacer que once de los sujetos jugarán un título violento diez horas durante una semana, mientras que los otros once constituyeron el grupo de control o referencia y no jugaron nada. Antes de la prueba y al final de la misma, todos se sometieron a exámenes de imagen por resonancia magnética para cotejar los cambios.
Tras el experimento, quienes usaron el juego violento presentaron menor actividad en las regiones del cerebro encargadas de la expresión de emociones y el control de la agresividad, lo que para el doctor Yang Wang, investigador asistente, demuestra que existe un efecto dañino, el cual es reversible después de periodos breves. Pero uno de sus colegas, el doctor Vincent Matthews, advirtió que se desconocen las consecuencias a largo plazo.
En este escenario, “los individuos que utilizan videojuegos violentos deben tener claro el cambio que se produce en las funciones cerebrales asociadas con esta actividad. Deben considerar esta información al momento de elegir qué hacer en su tiempo de ocio,” enfatizó Matthews.
La relevancia de este estudio radica en el hecho de que es la primera vez que se obtiene evidencia contundente sobre la disminución en la actividad de ciertas regiones del cerebro a causa del uso de videojuegos violentos. Pero hay un problema. Hace cuatro meses, científicos canadienses llevaron a cabo otro experimento y este arrojó que no es la violencia la que detona la agresión, sino la competitividad implícita en ciertas formas de entretenimiento electrónico. Haría falta saber, entonces, qué clase de juegos fueron los que usaron los investigadores de Indiana: violentos y competitivos o sólo violentos.
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